jueves, 11 de octubre de 2007

Rodeado

Eludo el ojo avizor del cajero y en las dos cuadras libres que siguen recapitulo la estrategia. Entro a la estación con la espalda pegada a la pared y la cabeza gacha. Rodeo fuera del ámbito de las tres primeras miras y detecto que sólo mis pies son salpicados por el rocío mirón. Después de insertar el boleto, al pasar el tope rotatorio, me bajo la caperuza hasta la nariz pues sé que hay unos metros de fuego intenso, cruzado, que me crispa los nervios. Corro disimuladamente, acelero hasta llegar a la plataforma donde me escondo entre la multitud que espera. Elijo la altura del penúltimo vagón, pues hay un punto ciego en el que respiro tranquilo. Al abordar doblo un poco las rodillas de modo que mi cabeza no destaque (para entonces por disimular no traigo la capucha). Ya en el vagón me arrodillo en la parte de atrás. Y finjo dormitar aunque es el momento que más padezco. A veces es cuando empiezo a rezar. La manos me sudan. Luces y sombras pasan por mi rostro y sin abrir los ojos percibo claramente cómo se mezclan en ellas las miradas de los demonios vigías. Al abrirse la puerta en mi estación salgo disparado a paso rápido sorteando bultos y personas pues ya para entonces siento que el cuerpo me palpita, que la sangre me rebota contra el techo del cráneo, que casi no alcanzo a respirar. Sé que es el momento en el que más me expongo pues debería eludir con más cautela los ojos matones regados por todos los pasillos. Por más que ya conozca los sitios y los ángulos en los que apuntan, cada tanto los cambian y más de una vez me han sorprendido venadeándome de lleno y paralizándome de terror. Salgo de la estación a rastras sin casi fuerza, sin habla, sin sentido, odiando intensamente esas máquinas brutales que desde todas partes me hurtan la sangre, el alma, el corazón.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Nada que hacer!


(entre Mitte y Dahlem 11 Okt 06)


Salgo a soltar las piernas [como otros sueltan sus perros...o a soltar los pernos sobre el pasto... ah la brisa cargada de navajas]. En la calle los vagos nos reconocemos, dar pasos sin propósito es un arte suave que se deja notar y sólo están para notarlo quienes dan pasos sin propósito. En qué banco detenerse a rebobinar la lista de los pensamientos, a calibrar el desfile ocioso que atestiguamos adentro –retazos de frases y memoria—con el desfile ocioso que atestiguamos afuera... rostros... ah, cómo imantan el corazón los rostros con sus parecidos y sus sorpresas. Caderas jóvenes que inducen pequeñas fogatas de utopía y ajetreos y devaneos y conductas merecedoras de una bitácora más minuciosa que este pedazo de libro.
Nada que hacer, y salgo a cavilar sobre los seres humanos ignorando el color que por la noche adquirieron las hojas de las caducifolias y las palpitaciones que induce la brisa en los flequillos del pasto. Ignoro la discreción de los tordos y solo atiendo sin nada que hacer a quienes me ignoran... el muro gris con toda su brutalidad no podría ignorarme... y un grito anarquista de Banksy irrumpe en mi conversación!

Perdidos

(para Arturo, mi hermano)

Debieron ser las arrugas
"taxidérmicas" de la vieja
que nos habló sin conocernos.
Daban casi las nueve y el ocaso
con sus patas rallaba
las idénticas fachadas
para igual confundirnos.
Las arrugas nos turbaron más
que las hoscas palabras.
Un puente largo se combaba
hacia lo incierto y desde su cima
pudimos ver el río, su larga
lengua de perro, sin distinguir
si iba o venía. ¿Era Chelsea?
A media voz y pasos largos
como quien profana
avanzábamos serios. Tú
habías comprado los boletos
del subterráneo. Yo erré
cuando elegí el andén.
Al salir al descubierto,
gastamos minutos en
descifrar una barroca
zonificación (sur-sur-oeste-13),
en rodear las bardas rojas
de un hospital y una escuela
persiguiendo el perfil
reconocible de una iglesia;
pero era un espejismo.
En el estriado rostro
y la voz burlona de la bruja
distinguimos la tenaza
ya demasiado tarde.
Sin casi hablar, hermano,
empezamos a parecer
aquello con lo que soñamos:
la sincronía perfecta,
los puños relámpagos
de un campeón. ¿Por qué
tenía que haber un cementerio
en el camino?
Porque tenía que haber
un cementerio en el camino.
Cruzarlo fue una hazaña interior,
difusa, indefinida. Y salir
de sus espectros era anhelar
atados al cordel de los umbrales,
era reconocer los atisbos
de lo que un día seríamos:
alacranes o tigres,
nubes o cifras de relojería.
Tomarnos de la mano
y aún decir con la mirada
(quedamente) que teníamos
miedo, era aceptable, sí.
Y salir era buscar la madrugada,
el claro de una acera,
la bendición de un letrero
que convertía un precipicio
en una calle: el viejo
camino a Brompton.

London Fields

Mis recuerdos infantiles de Londres son la topografía de mi alma.
Al centro un hogar familiar rodeado de calles aledañas claras y conocidas que se van volviendo vagas y amenazantes conforme nos alejamos.
Hay cruces atoradas por allá en Cromwell Road.
Una maestra española repitiendo oraciones sólo a medias colegidas.
Un siniestro percance de un puño contra mi hocico desprotegido.
El paso luciérnaga de autobuses que no llevan pasaje....

Donde el inconsciente se disfraza de calles aledañas que se oscurecen o difuminan, y las certezas y terrores cobran forma de farolas y sombras abisales.

martes, 2 de octubre de 2007

“Hamburg Wedding”


no te habías dormido
al otro lado del océano
cuando yo desperté
con tu musgo en los dientes
y la lengua aserrada...

La nieve
había sellado el paño
de aquel cubo y ni la luz
alzaba más allá
del milímetro.


Lejos de los contactos,
los cables, los teclados,
los dedos entumidos,
la tripa amartillada,
millas y millas de cuerda
tensa y enredada tal letanía
buscándote.

Lúbrico e inalámbrico
me puse a rodar
por los rieles de la duela
las maletas vacías
arrastrando los pies
deshoras
hasta que el vecino
desgañitado
despertóme
exigiendo dormir.

(Berlin, Tegel, 6 Marzo, 2006)

Arte corto

En los metros
cuadrados
de mis versos
no cabrá nunca
el infame
derrame
de tu cerebro

lunes, 1 de octubre de 2007

Ailment/Alimento

Ningún placer salvo borrar el hambre con una goma suave que erradica los rasponcitos que la ausencia dilatada de algunos radicales sembró en los intestinos.
Ninguna ebullición, disparo, eferverscencia; sólo difuminada homeopatía, arrastre mecánico de labios fantasmales.
Una limpia casi espiritual del inconforme tracto.
Como el sexo terapéutico que anuncian en Ginebra.
Como la inconsciencia del sueño olvidado.
Como la avispa áspera de la comezón que un agua tibia alacia, no lava.