jueves, 27 de agosto de 2009

A eso que huele la ciudad

No a la espesa ceniza que se eleva desde sus crematorios, dibujando horquillas y maelstroms merodeantes tintos del páncreas de un bebé. No a las laderas de derrame en las que el polvo palpita, opacas como neblina afantasmada, que brota de las asperezas de la tierra frotadas por los callos de los pies. No a la fritanga que escuece, rebulle, verberena en cuencos sebosos que trasnochan en esquinas; molienda de fécula y hueso, sangre y saliva y uñas, que dimana un bozo graso, acedo, intestinal... No a hidrocarburos guangos, mal digeridos, resinosos, que se pegan al rocío de la sombra inscribiendo en un cochambre pleistoscénico patas de grulla, cuñas, mordiscos de milpiés sobre las cromadas ambiciones de los ricos ausentes. No a lo que dicen los periódicos. No a mierda de rata atomizada por chorrazos de meados de camionero. No a la harina silicona que baja a bostezos desde la bóveda comba de la inversión térmica. No a la piel descascarada al mediodía por la azotaína del fuego en los terregales donde impera el machete. No al tejido mucoso colérico sobre bandejas abolladas amarillado por la luz hipocondríaca de los sanatorios de barrio. No al anticongelante turquesa ni a los vidrios derramados frente a bravos paroxismos y voces inflamadas. No a horno de pan ni a hornazo de pescadería. No a flecos suaves de cacao enroscados en la levadura de cerveza en la colonia Irrigación.
Escucha. A lo que huele duele más. A desalojo. A cuenca vacía del agua de la laguna muerta y de los ríos enterrados. A reclamo seco y mineral de las laderas pelonas. A raíz retorcida, ajada, bajo el hojaldre apisonado de chicle y chapopote. A muerte momificada.

Lance elemental

Me arrojo al agua
se aligera el sueño.
Aviento en aire
se anima la entraña.
Rodeado de fuego
se fomenta el alma.

Sufre en la tierra el corazón.

Ojo es el agua
al desvestir el alma.
Lengua del aire
espabila el sueño.
Dedos el fuego
al arar la entraña.

Duele esta tierra al corazón.

Líquidos dedos, agua regia,
entraña.
Ojo del aire, remolino,
el alma.
Lengua de fuego, fiebre santa,
el sueño.

Lava de tierra el corazón.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Dice la roca roída

Ola tras ola
el tiempo es daño.

Cortinas cerradas

El sol le come el alma al color
de los tapetes, muebles, manteles, fotografías...
dice mi abuela.
Yo
me quedo pensando si será así
como preña sus tintes para animar
el arocoiris.