martes, 28 de diciembre de 2010

La esposa de Lot

Cuando sintió el filo de una lista de cristal sembrarse en su costilla, muy cerca del esternón, sabía que no había regreso. Ya todo fue cazar los microsismos de la duda que interrumpían sus pasos al bajar la escalera, los sobresaltos al cambiar de posición. Distinguir contra el bullicio de la hora del recreo de la escuela vecina la crispación diminuta de otra aguja, y luego otra. Reconocer el crecimiento milimétrico de las lajas que capa a capa sustituía entre sus intersticios lo líquido por lo sólido. Dejar la seda.
Comenzó a sentir la pesantez de los humores, cargados de sales ariscas. Sus remolinos densos y ruidosos que en descuidadas descargas de quincalla la escayolaban por dentro. De adentro hacia afuera. Una de cal por otra de carne. Asumir la armadura.
El dolor cuando llegó fue sutil e insistente. Con él sabía de las guadañas arañando sus telas, desvirutando la faz de sus sentidos. En la cúspide supo ponderar sus cadenas: el peso sedimentario que cada vez más la molía, la atería; y anheló la parálisis.
Cómo olvidar el instante de la primer señal. Él la llamó desde el abismo y aún sabiendo que se trataba de un esperpento, ella volteó. Sabía.

Punto de fuga (colibrí)

Tiembla lo urdido en la hilachas de mi insomnio:
un resabio a dolor, a repugnancia. Una cadena
morosa de proposiciones que fluye
y acerca mi cerilla a sus orillas.

Entro alelado a desbrozarlo de la madera de los sueños.
A explorar tentaleante vaharadas y veredas.
A oler, gustar, tocar sus aires y sus tierras para azuzar su descuido.
Durmiente merodeo me disuelvo hasta calcar su huída
con el calor menguante de mi dermis.

La aparición súbita del colibrí lo nombra,
lo sitia y lo sitúa en su fugaz inflamación.
Y lo que dice es esto: que hay algo ahí
que jamás alcanzaré; eso que flota
en el rabillo de mi respiración en el insomnio,
y que no tiene boca.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Un clavo

La ira de Dios fundió el clavo maduro que unía nuestros cuerpos.
Otrora en la tormenta nuestras carnes fueron aspas
trabadas, atoradas por ese hierro.
Gozne, juntura, imbricación granítica, amalgama.
Resistió el engarce la violencia del tiempo y de las palabras enemigas.
Pero Dios arbitrario y ciego lo fundió de un chispazo.
Dos maderos hoy somos sobre la playa
que la embestida monótona del mar va separando.
Fundido el espolón que separó tu carne joven
y la fijó a mis caderas, transidos de estupor, nos soltamos.
No era ya tú ni yo el fierro
que nos hizo una cruz de ocho extremidades.
En tiempos feroces fuimos ruleta y rueca sin temer ni deber. Ay.
La ira de Dios fundió el metal y desoldó las almas.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Prefiero un triple a un jonrón

Me encandilé muy joven con la hija de un doctor
y di largos rodeos sin llegar a decírselo.
Son horas confusas las del primer ardor.
Hay enredaderas –dicen- que sacrifican su flor
Por sofocar violentas todo rival que brote...
El jonrón es parábola y parálisis; el triple
el pandemonio de una coreografía de diez;
trece segundos con el alma en un hilo,
el universo descarriado en busca de equilibrio...
Me encandilé muy joven con la hija de un doctor.
Corrí y corrí con todo cuando escuché el rumor
pero al doblar la esquina noté el balcón vacío.