Tiembla lo urdido en la hilachas de mi insomnio:
un resabio a dolor, a repugnancia. Una cadena
morosa de proposiciones que fluye
y acerca mi cerilla a sus orillas.
Entro alelado a desbrozarlo de la madera de los sueños.
A explorar tentaleante vaharadas y veredas.
A oler, gustar, tocar sus aires y sus tierras para azuzar su descuido.
Durmiente merodeo me disuelvo hasta calcar su huída
con el calor menguante de mi dermis.
La aparición súbita del colibrí lo nombra,
lo sitia y lo sitúa en su fugaz inflamación.
Y lo que dice es esto: que hay algo ahí
que jamás alcanzaré; eso que flota
en el rabillo de mi respiración en el insomnio,
y que no tiene boca.
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