sábado, 1 de septiembre de 2012

Nina Hinke: La política de las plantas y los laboratorios a fines del siglo XIX


En el país de la desmemoria endémica y corrosiva, todo acto de memoria inteligente es una contribución valiosa al bien común, a la construcción de la buscada justicia y equidad.

Este libro lo es por partida doble. En él se hace justicia histórica a un impresionante esfuerzo por echar a andar sobre pies firmes la investigación farmacológica mexicana entre 1888 y 1915 (27 años) cifrado en la planeación y ejecución de las labores del Instituto Médico Nacional. Y en él se hace también justicia a los tenaces y lúcidos esfuerzos de nuestra querida y muy extrañada colega Nina Hinke, quien nos legó su trabajada visión de aquel esfuerzo pre-  y post-porfiriano, y que gracias a la amorosa y lúcida toma de la batuta de su amiga Laura Cházaro, hoy alcanza esta forma, un poco más permanente, de un libro, y de ese modo a sus lectores.

Algunos de nosotros necesitábamos este libro. Lo necesitábamos por escuchar y aprender de Nina. Y lo necesitábamos porque su sitio, no en los libreros sino en nuestro espacio disciplinar, en nuestra lucha colectiva por tener una mejor y más útil historia de la ciencia, el sitio para este libro estaba abierto, y esperando hace varios años.  Es por muchas razones un fuerte eslabón que necesitábamos. Otros esfuerzos en la historia de la ciencia en México estarán mejor apuntalados a partir de ahora.

Esta reconstrucción ceñida, cuidadosa y atenta de los trabajos del Instituto Médico Nacional nos brinda la textura, el armazón y la carne, la fisiología de una práctica científica que no es evidente en los puros documentos. El IMN había sin duda sido estudiado previamente,. Nina hizo uso y dio crédito a quien la antecedió. También lo ha sido posteriormente, y de modo resonante con los resultados de Nina. Lo que esta autora nos entrega es un análisis certero de una multiplicidad de fuentes, y una síntesis descriptiva y comprensiva admirable. Los puros cuadros sinópticos que acompañan al texto son un aporte valioso a la comprensión de un complejo desarrollo.

Cuando a fin de los 1880s los sabios porfiristas (perdón que los llame así, aunque ni Nina ni Laura lo hacen) como Altamirano y Ramirez consiguen engarzar sus bien informados y ambiciosos planes con la maquinaria del poder político, y consiguen echara andar el IMN,  estaba casi todo por hacer en términos institucionales , pero podría decirse que había ya una comunidad científica relativamente madura. La sinergia de  una generación de científicos bien preparados y audaces con una de políticos dispuestos a apostar por el desarrollo de una ciencia nacional, no es algo muy frecuente, por desgracia en nuestra historia. La realidad ardua y desigual del país impone, e impuso entonces, restricciones y límites a la envergadura y alcance de los proyectos científicos. Nina, en su primer capítulo, desmenuza las tensas relaciones entre las visiones de los científicos y las exigencias que la realidad económica, del campo y la industria mexicanas, mediada por los políticos, les imponía. Habiendo todo por hacer en términos de desarrollo de una farmacéutica propia, también había que apuntalar la agricultura, la química, la sanidad, el ambiente etcétera. Habiendo planeado todo de una manera cuidadosa, racional, casi platónica, en 5 secciones especializadas en los diferentes aspectos disciplinares y metodológicos que confluyen en la producción de un nuevo medicamento. Ya habiendo puesto de manera audaz y oportuna la flora y la herbolaria de la región como la fuente de materias y sustancias a investigar, los cient´ficos de IMN debieron de ir ajustando progresivamente los alcances y ambiciones de sus esfuerzos por diversos motivos. La muerte prematura y dolorosa de algunos de los principales actores no dejó de ser un factor. Sin adjetivos ni rimbombancias (que no estaban en su estilo) Nina nos muestra la eficaz y pragmática actitud que los sabios del IMN fueron adoptando para ajustarse a las situaciones externas, a veces extremas. Lo que obtenemos de este estudio es la otra cara de la moneda de las historias que nos encontramos con más frecuencia, que describen los eventos políticos y las brutales interrupciones por las turbulencias revolucionarias, y no las esforzadas continuidades (hasta donde las hubo) y el trabajo de zapa, de día a día de los técnicos y científicos enfrascados en labores exigentes. Vale decir aquí que aunque algunos de los personajes que ocupan sitios en este libro alcanzaron a trasladar sus nombres a ciertas calles de la ciudad de México, hoy por hoy es por este accidente que la gente sabe sus nombres, y no por sus méritos verdaderos. La historia de nuestras ciencias está aún lejos de llegar ya no se diga a una serie de televisión, sino siquiera a los libros de enseñanza básica y superior. La desmemoria es corrosiva.

La historia de nuestras instituciones científicas ha comenzado a reescribirse alejándose de la servicial y huera hagiografía. La generación de historiadores a la que Nina Hinke pertenece, que es todavía hoy la más joven y pujante generación, y que mucho ha perdido con su ausencia,  está en plenas tareas. Para ellos creo que los dos capítulos  sustanciales de este libro (el 2 y el 3) serán ejemplares. Son un ejemplo en cuanto a la aplicación de un método original de composición histórica. Se trata de la reconstrucción de las prácticas científicas en dos laboratorios, articulados entre ellos a su vez. El primero, que se centra en la Sección Primera, dedicadas a la obtención, identificación y clasificación de las plantas y / o compuestos-drogas con potencial utilidad, no solo farrmacéutica. El segundo centrado en la extracción y el análisis de los compuestos químicos presentes en éstas. No le dio tiempo a Nina de completar el trabajo con otras dos secciones, la de fisiología y la de clínica, pero con estas dos muestras que tenemos son de lujo.

La cuidada sobriedad con la que escribe Nina deja traslucir una admiración hacia el trabajo de campo, de escritorio y de laboratorio. Ella misma, como describe Federico Fernández, practicó todos ellos. La admiración de Nina por una práctica tecno-científica bien orquestada, por los procedimientos meticulosos y complejos capaces de alinear una heterogénea serie de elementos  dispersos en una misma, convergente dirección, y que así se construya un dato, un hecho, una especie, un fármaco, es en mi opinión encarnada en su propia práctica historiográfica. Guardadas las distancias de tema y disciplinas, hay sorprendentes paralelismos entre los trabajos de sus sujetos de atención (los científicos de IMN) y la suya propia. El recurso de empezar buscando por donde fuese, en el campo en las bibliotecas, el las colecciones nacionales y extranjeras, datos y objetos para ubicar la información accesible y construir a partir de ella una base de arranque. El estar sometido a una  simultánea exigencia interna de reconocer las especificidades de lo local y una externa de insertar los hallazgos hechos en México tanto en la conciencia local como en el espacio competido y arduo de los intercambios internacionales, se aplican, mutando lo pertinente, a la situación de Altamirano y Ramírez en su nicho, y a la de Nina Hinke, y toda su generación de historiadores, en el suyo. Antes el botánico-químico-farmacéutico-médico (y eran casi puros varones) veía en recuperar y hacer valorar la naturaleza y la herbolaria tradicional mexicana en un ámbito interior olvidadizo e ignorante y uno exterior abusivo y hostil un reto alto, digno de emprender y capaz de apoyar a la reconstrucción de un país lastimado. Hoy la historiadora (y son mayoría de mujeres) de la ciencia y la técnica mexicanas (y no nórdicas en general) ve en recuperar y hacer valorar los logros, capacidades y tenacidades de nuestro pasado científico y de insertar esos hallazgos en un ámbito interior olvidadizo e ignorante y uno exterior despreciativo y ciego, un reto alto, digno de emprender y capaz de contribuir a la reconstrucción de nuestra dañada autoimagen.  

Ese espejeo, o juego de sombras si se quiere, no es evidente sino hasta que se concluye la lectura, tristemente interrumpida, de este trabajo. Terminada la lectura,  incluidos los magníficos y necesarios acompañamientos del prólogo de Federico Fernández (que hermosamente espacializa y geografiza los hallazgos de Nina) y la introducción de Laura Cházaro  que nos da un lúcido marco de comprensión de trabajo,  la mezcla de emociones es difícil de discernir. La satisfacción de saber y entender, con unas pocas páginas, mucho más sobre una comunidad excepcional de sabios de un periodo crucial de nuestra historia, y sus trabajos por institucionalizar nuestras ciencias. La alegría de que un esfuerzo tan grande y valioso como el de Nina Hinke haya llegado apuerto seguro. La tristeza, honda, de no tener a Nina aquí para abrazarla fuertemente.

Le debemos mucho a Laura Cházaro. Ha sido una grande y generosa Labor de Amor, la que emprendió al tomar los papeles de Nina, revisarlos y ordenarlos, poniendo en juego sus muchos talentos para este oficio nuestro, y luego se avocó a acompañarlos (empujando quedito o fuerte según la resistencia) hasta su transformación en este bello libro. Muchas otras gentes también participaron. Yo sé que Laura tiene su recompensa en el cumplimiento de un compromiso solemne con su amiga. Pero creo que toca a todos los demás estarle muy, muy agradecidos.  

 Tengo en la mente, en esa parte que está cerquita del corazón, o de plano en él, muchas imágenes de Nina Hinke. Muchas alegres : su sonrisa optimista y contagiosa de joven mujer buscando apoyo vocacional antes de decidir brincar hacia de los laboratorios a las humanidades. Sus graciosos correos y telefonemas desde lejos reportando hallazgos o coincidencias amistosas. Su regreso a México, con Federico, llena de nuevas visiones, ideas y optimismo. Sus frecuentes y entusiastas visitas al Ajusco a vernos pacientemente jugar y a menudo perder al futbol (Federico, su marido, es un aguerrido defensa central del Sahara, nuestro equipo). Su felicidad total en presencia de sus dos hijos. Tengo también ahí mismo algunas imágenes tristes de Nina. No las puedo ni las quiero olvidar. Pero esas para no llorar (más) me las callo ahora.
(Texto leído por CLB e la presentación del libro "El Instituto Médico Nacional" de Nina Hinke en febrero 2012)