En el país
de la desmemoria endémica y corrosiva, todo acto de memoria inteligente es una
contribución valiosa al bien común, a la construcción de la buscada justicia y
equidad.
Este libro
lo es por partida doble. En él se hace justicia histórica a un impresionante
esfuerzo por echar a andar sobre pies firmes la investigación farmacológica
mexicana entre 1888 y 1915 (27 años) cifrado en la planeación y ejecución de
las labores del Instituto Médico Nacional. Y en él se hace también justicia a
los tenaces y lúcidos esfuerzos de nuestra querida y muy extrañada colega Nina
Hinke, quien nos legó su trabajada visión de aquel esfuerzo pre- y post-porfiriano, y que gracias a la amorosa
y lúcida toma de la batuta de su amiga Laura Cházaro, hoy alcanza esta forma,
un poco más permanente, de un libro, y de ese modo a sus lectores.
Algunos de
nosotros necesitábamos este libro. Lo necesitábamos por escuchar y aprender de
Nina. Y lo necesitábamos porque su sitio, no en los libreros sino en nuestro
espacio disciplinar, en nuestra lucha colectiva por tener una mejor y más útil
historia de la ciencia, el sitio para este libro estaba abierto, y esperando
hace varios años. Es por muchas razones
un fuerte eslabón que necesitábamos. Otros esfuerzos en la historia de la
ciencia en México estarán mejor apuntalados a partir de ahora.
Esta
reconstrucción ceñida, cuidadosa y atenta de los trabajos del Instituto Médico
Nacional nos brinda la textura, el armazón y la carne, la fisiología de una
práctica científica que no es evidente en los puros documentos. El IMN había
sin duda sido estudiado previamente,. Nina hizo uso y dio crédito a quien la
antecedió. También lo ha sido posteriormente, y de modo resonante con los
resultados de Nina. Lo que esta autora nos entrega es un análisis certero de
una multiplicidad de fuentes, y una síntesis descriptiva y comprensiva
admirable. Los puros cuadros sinópticos que acompañan al texto son un aporte
valioso a la comprensión de un complejo desarrollo.
Cuando a
fin de los 1880s los sabios porfiristas (perdón que los llame así, aunque ni
Nina ni Laura lo hacen) como Altamirano y Ramirez consiguen engarzar sus bien
informados y ambiciosos planes con la maquinaria del poder político, y
consiguen echara andar el IMN, estaba
casi todo por hacer en términos institucionales , pero podría decirse que había
ya una comunidad científica relativamente madura. La sinergia de una generación de científicos bien preparados
y audaces con una de políticos dispuestos a apostar por el desarrollo de una
ciencia nacional, no es algo muy frecuente, por desgracia en nuestra historia.
La realidad ardua y desigual del país impone, e impuso entonces, restricciones
y límites a la envergadura y alcance de los proyectos científicos. Nina, en su
primer capítulo, desmenuza las tensas relaciones entre las visiones de los
científicos y las exigencias que la realidad económica, del campo y la
industria mexicanas, mediada por los políticos, les imponía. Habiendo todo por
hacer en términos de desarrollo de una farmacéutica propia, también había que
apuntalar la agricultura, la química, la sanidad, el ambiente etcétera. Habiendo
planeado todo de una manera cuidadosa, racional, casi platónica, en 5 secciones
especializadas en los diferentes aspectos disciplinares y metodológicos que
confluyen en la producción de un nuevo medicamento. Ya habiendo puesto de
manera audaz y oportuna la flora y la herbolaria de la región como la fuente de
materias y sustancias a investigar, los cient´ficos de IMN debieron de ir
ajustando progresivamente los alcances y ambiciones de sus esfuerzos por
diversos motivos. La muerte prematura y dolorosa de algunos de los principales
actores no dejó de ser un factor. Sin adjetivos ni rimbombancias (que no
estaban en su estilo) Nina nos muestra la eficaz y pragmática actitud que los
sabios del IMN fueron adoptando para ajustarse a las situaciones externas, a
veces extremas. Lo que obtenemos de este estudio es la otra cara de la moneda
de las historias que nos encontramos con más frecuencia, que describen los
eventos políticos y las brutales interrupciones por las turbulencias
revolucionarias, y no las esforzadas continuidades (hasta donde las hubo) y el
trabajo de zapa, de día a día de los técnicos y científicos enfrascados en
labores exigentes. Vale decir aquí que aunque algunos de los personajes que
ocupan sitios en este libro alcanzaron a trasladar sus nombres a ciertas calles
de la ciudad de México, hoy por hoy es por este accidente que la gente sabe sus
nombres, y no por sus méritos verdaderos. La historia de nuestras ciencias está
aún lejos de llegar ya no se diga a una serie de televisión, sino siquiera a
los libros de enseñanza básica y superior. La desmemoria es corrosiva.
La historia
de nuestras instituciones científicas ha comenzado a reescribirse alejándose de
la servicial y huera hagiografía. La generación de historiadores a la que Nina
Hinke pertenece, que es todavía hoy la más joven y pujante generación, y que
mucho ha perdido con su ausencia, está
en plenas tareas. Para ellos creo que los dos capítulos sustanciales de este libro (el 2 y el 3)
serán ejemplares. Son un ejemplo en cuanto a la aplicación de un método
original de composición histórica. Se trata de la reconstrucción de las
prácticas científicas en dos laboratorios, articulados entre ellos a su vez. El
primero, que se centra en la Sección Primera, dedicadas a la obtención,
identificación y clasificación de las plantas y / o compuestos-drogas con
potencial utilidad, no solo farrmacéutica. El segundo centrado en la extracción
y el análisis de los compuestos químicos presentes en éstas. No le dio tiempo a
Nina de completar el trabajo con otras dos secciones, la de fisiología y la de
clínica, pero con estas dos muestras que tenemos son de lujo.
La cuidada sobriedad
con la que escribe Nina deja traslucir una admiración hacia el trabajo de
campo, de escritorio y de laboratorio. Ella misma, como describe Federico
Fernández, practicó todos ellos. La admiración de Nina por una práctica
tecno-científica bien orquestada, por los procedimientos meticulosos y
complejos capaces de alinear una heterogénea serie de elementos dispersos en una misma, convergente
dirección, y que así se construya un dato, un hecho, una especie, un fármaco,
es en mi opinión encarnada en su propia práctica historiográfica. Guardadas las
distancias de tema y disciplinas, hay sorprendentes paralelismos entre los
trabajos de sus sujetos de atención (los científicos de IMN) y la suya propia.
El recurso de empezar buscando por donde fuese, en el campo en las bibliotecas,
el las colecciones nacionales y extranjeras, datos y objetos para ubicar la
información accesible y construir a partir de ella una base de arranque. El
estar sometido a una simultánea
exigencia interna de reconocer las especificidades de lo local y una externa de
insertar los hallazgos hechos en México tanto en la conciencia local como en el
espacio competido y arduo de los intercambios internacionales, se aplican,
mutando lo pertinente, a la situación de Altamirano y Ramírez en su nicho, y a
la de Nina Hinke, y toda su generación de historiadores, en el suyo. Antes el
botánico-químico-farmacéutico-médico (y eran casi puros varones) veía en
recuperar y hacer valorar la naturaleza y la herbolaria tradicional mexicana en
un ámbito interior olvidadizo e ignorante y uno exterior abusivo y hostil un
reto alto, digno de emprender y capaz de apoyar a la reconstrucción de un país
lastimado. Hoy la historiadora (y son mayoría de mujeres) de la ciencia y la
técnica mexicanas (y no nórdicas en general) ve en recuperar y hacer valorar
los logros, capacidades y tenacidades de nuestro pasado científico y de
insertar esos hallazgos en un ámbito interior olvidadizo e ignorante y uno
exterior despreciativo y ciego, un reto alto, digno de emprender y capaz de
contribuir a la reconstrucción de nuestra dañada autoimagen.
Ese
espejeo, o juego de sombras si se quiere, no es evidente sino hasta que se
concluye la lectura, tristemente interrumpida, de este trabajo. Terminada la
lectura, incluidos los magníficos y
necesarios acompañamientos del prólogo de Federico Fernández (que hermosamente
espacializa y geografiza los hallazgos de Nina) y la introducción de Laura
Cházaro que nos da un lúcido marco de
comprensión de trabajo, la mezcla de emociones
es difícil de discernir. La satisfacción de saber y entender, con unas pocas
páginas, mucho más sobre una comunidad excepcional de sabios de un periodo
crucial de nuestra historia, y sus trabajos por institucionalizar nuestras
ciencias. La alegría de que un esfuerzo tan grande y valioso como el de Nina
Hinke haya llegado apuerto seguro. La tristeza, honda, de no tener a Nina aquí
para abrazarla fuertemente.
Le debemos
mucho a Laura Cházaro. Ha sido una grande y generosa Labor de Amor, la que
emprendió al tomar los papeles de Nina, revisarlos y ordenarlos, poniendo en
juego sus muchos talentos para este oficio nuestro, y luego se avocó a
acompañarlos (empujando quedito o fuerte según la resistencia) hasta su
transformación en este bello libro. Muchas otras gentes también participaron.
Yo sé que Laura tiene su recompensa en el cumplimiento de un compromiso solemne
con su amiga. Pero creo que toca a todos los demás estarle muy, muy
agradecidos.
Tengo en la mente, en esa parte que está
cerquita del corazón, o de plano en él, muchas imágenes de Nina Hinke. Muchas
alegres : su sonrisa optimista y contagiosa de joven mujer buscando apoyo
vocacional antes de decidir brincar hacia de los laboratorios a las
humanidades. Sus graciosos correos y telefonemas desde lejos reportando
hallazgos o coincidencias amistosas. Su regreso a México, con Federico, llena
de nuevas visiones, ideas y optimismo. Sus frecuentes y entusiastas visitas al
Ajusco a vernos pacientemente jugar y a menudo perder al futbol (Federico, su marido, es un
aguerrido defensa central del Sahara, nuestro equipo). Su felicidad total en
presencia de sus dos hijos. Tengo también ahí mismo algunas imágenes tristes de
Nina. No las puedo ni las quiero olvidar. Pero esas para no llorar (más) me las
callo ahora.
(Texto leído por CLB e la presentación del libro "El Instituto Médico Nacional" de Nina Hinke en febrero 2012)
1 comentario:
Carlos, qué bonito ensayo... Extraño esos años cuando nos leíamos unos a los otros.
Publicar un comentario