jueves, 20 de noviembre de 2008

Líneas con trueno

Vecinos

Nadie vive más de siete meses en esa casa
de grandes jardines y porte espectacular.
Llegan se van familias como de una terminal.

Se mudan con bombástica coreografía.
Ocho mascotas peludas que corretean cargadores
ciertos domingos soleados y airosos.

Y se escurren a oscuras una madrugada
plenos de gris severidad como intentando
desmaterializarse entre las sombras.

Los maridos son gordos o altos o gritones
y las mujeres menudas, con cohorte de sirvientes
étnicos, endogámicos, desequilibrados.

Los niños son la sorpresa. Trapecistas o mongoles
o cruzados o torturadores de ardillas o poetas
desnudas en la azotea o gacelas que coleccionan libélulas.

Nunca se quedan tres estaciones en la casa
de puertas pesadas y ventanales opacos.
No avisan cuando llegan ni cuando se van.

Detrás de nuestras persianas adivinamos.
El día de su huida es la colecta de despojos.
Ropa, trebejos que nos ayudan a recelar.

lunes, 25 de agosto de 2008

Horma

Mientras los pies me crecen
yo busco acomodarlos
mas se aglomeran delante
buscando acoplo mullido
mientras los pies me crecen
yo busco cómo darlos
a la hamaca vaivén
de su molicie
mientras me crecen los diez
dedos de los pies
y no hay calzada que me alcance
hambre que de cauce
cuero que me calce
calma que me colme
busco la horma que deforma
busco la honda que responda
al traspiés herido de estos pies
que crecen, crecen
como cardos
de lumbre enfermos pies
de carlos.

martes, 13 de mayo de 2008

Útiles de Escritorio

Los objetos en este poema están más cerca de lo que parece.
Este lápiz mina el papel de tu vigilia con palabras,
que son objetos romos y pesados
pero atraviesan vitrinas sin quebrarlas;
guijarros trabajados por la incesante riada de la lengua.
Su forma curva no revela perfección sino debilidades y vetas;
una combinación de dureza y fragilidad que elude el estallido.
El vocablo resiste mientras habla o calla solo,
pero cede, pierde espesor, partículas, se aprieta o expande
limándose en los paladares y en las cavernas del sentido.

Tomo del fondo un lápiz y rozo con su filo tus nervios ópticos.
Su leve fricción no alcanza a vulnerar el silencio.
El silbido del camotero entra aquí como un punzón agudo
y es luego un chorro sobre el que dejaré flotar el lápiz,
dando vueltas apenas como en perfecta ingravidez
(recuerda la pelota de playa sobre el torrente de aire
de la aspiradora, la estación espacial y su giroscopio).
El lápiz está ahí; un objeto inercial que gira y rota
forjando un círculo en el aire con su mina,
carril de tenue, desmoronado grafito
que revela vuelta a vuelta mi titubeo,
mi nerviosismo ante la luz del día que desfallece;
eslam de pedruscos en anillo como los de Saturno.

Hay un cuadro de un niño que sonríe a medio metro.
La sonrisa es un objeto bidimensional, punzante.
Y puede pesar y caer como un cable alta tensión
que recién se revienta, e instaurar un pandemonio
de chispa, crujido, chamusquería y miedo.
Puede también alzarse como una cuerda
oscilante de once dimensiones sometida a la lluvia
imprecisa de los sentimientos, perder su nitidez,
hundirse en ti.

Dejé abierta la navaja suiza después de afilar el lápiz.
Puedo cortar el silbido con ella. El silbido no cesa solo.
¿Qué cortaría sino la ilusión? Inventaría un nuevo silencio
apenas roto por el choque del lápiz contra el piso.
La sonrisa del niño es ahora grave y se apodera
de mi corazón. Los objetos en este poema
están ya tan cerca que se te parecen.
Son graves romos y pesados que he logrado
cribar por tus densas y humorales vitrinas.

Te dejo una navaja suiza abierta en la mano,
un lápiz que se revuelve suspendido
sobre un estridente y afilado flujo
hasta que tú lo pares.

Eso

la lagartija
súbita
en el rabillo del ojo

el fosfolito
que huye
dejando su duda
de listón
como una cauda
de sal disuelta
en el licor del alma

la palabra insinuada
informulada
que se escapa llevándose
el poema

el breve traspié
de la atención
que nos desvía
con su nimia fractura
del camino
del tren de formas
fractales
que llevaba
a tu lecho

el paréntesis fugaz
que nos azora
el brote de un botón
escondido
de pausa

esa otra atmósfera
aquí junto
tras las hebras suturas
del paisaje
donde la lagartija
o el fosfolito
escapan

viernes, 25 de abril de 2008

Musa sin flores

Mehringdamm
con su promesa
de paseos en primavera
con sus risas de niño y
sus siluetas
de gaviotas rascando pastizales
es un sitio procaz
en el invierno.

Música rancia
de acordeones
enrachada
por un túnel de miasma
sobre el río...
Escombro, cochambre y grafiteo
en los muretes con fotografías
de la vieja rotonda,
antes del bombardeo...

En Mehringdamm la vi
jalando una maleta ruidosa,
sus rastas amarradas
con listones de feria,
sus ojos grises
y su falda más gris,
sus muñecas heridas
y temblantes...

En Mehringdamm,
con su promesa de paseos
entre estertores y siluetas
de viandantes
sobre el pasto quemado
y la grava orinada
reconocí a la novia
del verano del 67,
arrastrando ruedas rotas,
huyendo de una canción
melosa de Donovan,
de la pesadilla de la comuna
y los ramos ajados,
huyendo de un invierno
que no acaba
en Mehringdamm.

Reverencia

Esos hojaldres de delicadezas
que el mundo pone
que tú pones
no se superponen sino se confunden
lo que tú pones
lo que el mundo pone
como aquella telilla
de trama rala que recogiste
del polvo viejo de Jerusalén
(volvías de la colonia Americana)
con las hebras abiertas
y sus lacios extremos
desflecados y suaves
ovillos de tiempo
residuos de olvido
una hebra y otra
tramadas laxamente
como por mil años
como por primera vez
como si la delicadeza
importara para ser
de la misma tela
para hacer
el milagro del tejido
ignorándose
en su singularidad
cada fibra exhalada
acomodándose al cuerpo
singular y delicado de las otras
para adoptar postura
lo que tú pones
lo que el mundo pone
claros hojaldres de delicadezas
destello aleteo suavidad
el ahogo que llegasi se escapan

viernes, 11 de abril de 2008

ensayo tipográfico

La ñ es un océano que divide la lengua

La k es pelota vasca en la penitenciaría

La a es una mirada que intimida (lleva corbata)

Sobre la m caminamos como de pinta una mañana (palpitante)

La v y la s se persiguen en universos paralelos

La q quiere ser tú la q te quiere

Llueven comillas en la t y en la o se arremansan

Los puntos suspensivos...

jueves, 7 de febrero de 2008

horqueta

Tenemos cada uno nuestra perfecta horqueta de lecherillo. La más añosa es la de Temo, larga y sombría por la pátina de cebo de los años. Fue de su abuelo, dice, y ha cobrado varios cientos de iguanas. La de Martín la terminamos apenas ayer. Arturo descubrió la mata en un baldío selvoso atrás del aeropuerto. Le tocaba a Martín pues la suya fue robada por los del playón sur en nuestra última escaramuza. Dedicamos dos días a la nueva resortera. Cortar la horqueta, secarla, pulirla, curarla. Caminar al mercado para hacernos de las ligas y cueros. Calibrarla. Martín es nuestro mejor tirador y su arma debe ser impecable. Tiene el ojo más fino para sentir la forma de la iguana.

bípedo


extraterrestre
teterete
ancas de
coge y vete

camaleón

cicatriz en el muro del jardín
epidermis anómala sobre la tez oscura del tepetate
hierático relieve que oscila
como una ese entre sombra y grumo
entre forma y fondo
entre comba y cuenco...
eterna raspadura

sábado, 5 de enero de 2008

Abesses, 1999

Ratas, comida rápida, cabreo,
asiduo al locutorio y al correo,
y no al bar de los vecinos sin papeles,

nada puedo decir desde mi duelo
de la gente que cruzo en mi paseo,
salvo que me definen (extranjero).

Revivo al descubrir en ciertos rostros
similitudes vagas, asideros
que alisan la textura del sesteo

lleno de scratch y escoria de estos días
con el sedante humor de algún recuerdo.
Me sitia un parroquiano parloteo,

en árabe o francés. Cuando no leo
en el café, acudo a mi cuaderno
(llevo el ritmo del verso con los dedos).

Entre repeticiones y paréntesis
le voy quitando punta a los deseos,
y atarugo el dolor, y pienso menos.

Recuerdo París, 1999

entre mierda pisada
y mierda sin pisar
que ocultan las hojas
por disimular
encuentro el camino
por el bulevar