Los objetos en este poema están más cerca de lo que parece.
Este lápiz mina el papel de tu vigilia con palabras,
que son objetos romos y pesados
pero atraviesan vitrinas sin quebrarlas;
guijarros trabajados por la incesante riada de la lengua.
Su forma curva no revela perfección sino debilidades y vetas;
una combinación de dureza y fragilidad que elude el estallido.
El vocablo resiste mientras habla o calla solo,
pero cede, pierde espesor, partículas, se aprieta o expande
limándose en los paladares y en las cavernas del sentido.
Tomo del fondo un lápiz y rozo con su filo tus nervios ópticos.
Su leve fricción no alcanza a vulnerar el silencio.
El silbido del camotero entra aquí como un punzón agudo
y es luego un chorro sobre el que dejaré flotar el lápiz,
dando vueltas apenas como en perfecta ingravidez
(recuerda la pelota de playa sobre el torrente de aire
de la aspiradora, la estación espacial y su giroscopio).
El lápiz está ahí; un objeto inercial que gira y rota
forjando un círculo en el aire con su mina,
carril de tenue, desmoronado grafito
que revela vuelta a vuelta mi titubeo,
mi nerviosismo ante la luz del día que desfallece;
eslam de pedruscos en anillo como los de Saturno.
Hay un cuadro de un niño que sonríe a medio metro.
La sonrisa es un objeto bidimensional, punzante.
Y puede pesar y caer como un cable alta tensión
que recién se revienta, e instaurar un pandemonio
de chispa, crujido, chamusquería y miedo.
Puede también alzarse como una cuerda
oscilante de once dimensiones sometida a la lluvia
imprecisa de los sentimientos, perder su nitidez,
hundirse en ti.
Dejé abierta la navaja suiza después de afilar el lápiz.
Puedo cortar el silbido con ella. El silbido no cesa solo.
¿Qué cortaría sino la ilusión? Inventaría un nuevo silencio
apenas roto por el choque del lápiz contra el piso.
La sonrisa del niño es ahora grave y se apodera
de mi corazón. Los objetos en este poema
están ya tan cerca que se te parecen.
Son graves romos y pesados que he logrado
cribar por tus densas y humorales vitrinas.
Te dejo una navaja suiza abierta en la mano,
un lápiz que se revuelve suspendido
sobre un estridente y afilado flujo
hasta que tú lo pares.
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2 comentarios:
la distancia
medida en lunes -o martes-
no se compara
con el espacio que impone mi tedio
multiplicado por dos
y luego encuentro esa foto de esa esquina conocida de la ciudad y es
entonces que mi lápiz amarillo
de borra gastada
me reprocha las letras
que escriben un nombre
me reprocha las manchas
que borran el mismo
por última vez
antes de escribirlo de nuevo
y contemplarlo
pensando
en cómo pasó
que aprendí a leer de corrido
si tan sólo era un adminículo de escritorio...
:)
Gracias Jo, un saludo y :)
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