Nadie vive más de siete meses en esa casa
de grandes jardines y porte espectacular.
Llegan se van familias como de una terminal.
Se mudan con bombástica coreografía.
Ocho mascotas peludas que corretean cargadores
ciertos domingos soleados y airosos.
Y se escurren a oscuras una madrugada
plenos de gris severidad como intentando
desmaterializarse entre las sombras.
Los maridos son gordos o altos o gritones
y las mujeres menudas, con cohorte de sirvientes
étnicos, endogámicos, desequilibrados.
Los niños son la sorpresa. Trapecistas o mongoles
o cruzados o torturadores de ardillas o poetas
desnudas en la azotea o gacelas que coleccionan libélulas.
Nunca se quedan tres estaciones en la casa
de puertas pesadas y ventanales opacos.
No avisan cuando llegan ni cuando se van.
Detrás de nuestras persianas adivinamos.
El día de su huida es la colecta de despojos.
Ropa, trebejos que nos ayudan a recelar.
jueves, 20 de noviembre de 2008
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1 comentario:
Delicioso y sembrador de horror en un puñado de palabras, pero LAS palabras.
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