La ira de Dios fundió el clavo maduro que unía nuestros cuerpos.
Otrora en la tormenta nuestras carnes fueron aspas
trabadas, atoradas por ese hierro.
Gozne, juntura, imbricación granítica, amalgama.
Resistió el engarce la violencia del tiempo y de las palabras enemigas.
Pero Dios arbitrario y ciego lo fundió de un chispazo.
Dos maderos hoy somos sobre la playa
que la embestida monótona del mar va separando.
Fundido el espolón que separó tu carne joven
y la fijó a mis caderas, transidos de estupor, nos soltamos.
No era ya tú ni yo el fierro
que nos hizo una cruz de ocho extremidades.
En tiempos feroces fuimos ruleta y rueca sin temer ni deber. Ay.
La ira de Dios fundió el metal y desoldó las almas.
domingo, 26 de diciembre de 2010
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