No a la espesa ceniza que se eleva desde sus crematorios, dibujando horquillas y maelstroms merodeantes tintos del páncreas de un bebé. No a las laderas de derrame en las que el polvo palpita, opacas como neblina afantasmada, que brota de las asperezas de la tierra frotadas por los callos de los pies. No a la fritanga que escuece, rebulle, verberena en cuencos sebosos que trasnochan en esquinas; molienda de fécula y hueso, sangre y saliva y uñas, que dimana un bozo graso, acedo, intestinal... No a hidrocarburos guangos, mal digeridos, resinosos, que se pegan al rocío de la sombra inscribiendo en un cochambre pleistoscénico patas de grulla, cuñas, mordiscos de milpiés sobre las cromadas ambiciones de los ricos ausentes. No a lo que dicen los periódicos. No a mierda de rata atomizada por chorrazos de meados de camionero. No a la harina silicona que baja a bostezos desde la bóveda comba de la inversión térmica. No a la piel descascarada al mediodía por la azotaína del fuego en los terregales donde impera el machete. No al tejido mucoso colérico sobre bandejas abolladas amarillado por la luz hipocondríaca de los sanatorios de barrio. No al anticongelante turquesa ni a los vidrios derramados frente a bravos paroxismos y voces inflamadas. No a horno de pan ni a hornazo de pescadería. No a flecos suaves de cacao enroscados en la levadura de cerveza en la colonia Irrigación.
Escucha. A lo que huele duele más. A desalojo. A cuenca vacía del agua de la laguna muerta y de los ríos enterrados. A reclamo seco y mineral de las laderas pelonas. A raíz retorcida, ajada, bajo el hojaldre apisonado de chicle y chapopote. A muerte momificada.
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1 comentario:
Peor aún que el olor a la pestilencia humana y a los humores y a los deshechos es el olor a ese animal disecado y momificado ya sin entrañas.
¡Me gustó mucho Carlos!
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