viernes, 12 de abril de 2013

Pinta


En el zoológico (por primera vez sin nuestros padres)
aturdidos por aquellas primeras risas y roces
entre púberes tímidos. Los animales eran la vía
para turbar los cuerpos  y esbozar el deseo
incipiente. Una parvada de palomas cobró vuelo
abruptamente ante el relámpago de un tigre.
Una muy joven no percibió la vitrina y se estrelló
a unos centímetros de nuestras caras.
La forma de su cuerpo (el fractaleo perfecto
de sus plumas) quedó estampada
en polvo sobre el vidrio…
Su cabeza ladeada con drama. El pico
semiabierto. Su envergadura contorsionada.
Detenida a mitad por el aire que se le solidificó:
asesinada por el aire (pensamos sin decirlo).
¿Cuánto duró nuestro silencio?
¿Qué premoniciones nos congelaron
durante cien latidos? La belleza
de la filigrana de polvo sobre el vidrio
representaba milimétricamente a la paloma intacta y
contrastaba brutal con el amasijo destrozado sobre el piso.
Como si la paloma se hubiese tran-
substanciado al cristal por el impacto
y su carne ya fuese otra.
La hermosura de nuestros cuerpos jóvenes y ansiosos
contrastaba igual con el amasijo torturado
de nuestros confusos deseos adolescentes.
Nuestra carne era ya otra entre las nubes que oscurecían.

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