miércoles, 24 de abril de 2013

Consulta


Fui con el dentista de Octavio Paz.
Me explicó paciente que yo no alcanzaba a morder
la quinta parte del bocado del poeta.
Depositó con delicadeza un balín de plomo entre mis muelas, aprieta
—dijo—y sonrió de que apenas una muesca consiguiera.
En un frasco tenía el muégano ovalado por Octavio.
¿Por qué habría de querer un poeta morder tan duro y hondo una bala?
—pregunté— y se puso a detallarme cómo el señor también podía
sujetar entre sus dientes por el cráneo a una codorniz,
sin latimarla, sin dejarla escapar. Apretando lo justo
para adormilarla y masticarla después si lo desease.
Fui con el dentista de Octavio Paz (y de otros
muchos poetas pelones y ruidosos que mascan
clavo y liendres)… ¡Sácame entonces todas las muelas!
—le pedí— pero sólo me drenó la pus de una canal.

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