La ira de Dios fundió
el clavo maduro
que unía nuestros
cuerpos. Otrora
en la tormenta
nuestras carnes
fueron aspas
trabadas, atoradas
por ese hierro.
Gozne,
juntura, imbricación granítica, amalgama. Resistió
el engarce
la violencia del tiempo y de las palabras enemigas.
Pero arbitrario y ciego Dios lo
fundió de un chispazo.
Hoy somos dos
maderos sobre la playa que el monótono
embate del
mar
va
separando.
Fundido el espolón
que separó tu carne joven
y la fijó a mis caderas,
transidos de estupor,
nos soltamos.
No era ya tú ni yo
el fierro que nos hizo
una cruz de ocho
extremidades.
En tiempos feroces
fuimos ruleta y rueca
sin deber ni temer.
La ira de Dios
fundió el metal. Ay.
Desoldó las almas
No hay comentarios:
Publicar un comentario