miércoles, 24 de abril de 2013

Consulta


Fui con el dentista de Octavio Paz.
Me explicó paciente que yo no alcanzaba a morder
la quinta parte del bocado del poeta.
Depositó con delicadeza un balín de plomo entre mis muelas, aprieta
—dijo—y sonrió de que apenas una muesca consiguiera.
En un frasco tenía el muégano ovalado por Octavio.
¿Por qué habría de querer un poeta morder tan duro y hondo una bala?
—pregunté— y se puso a detallarme cómo el señor también podía
sujetar entre sus dientes por el cráneo a una codorniz,
sin latimarla, sin dejarla escapar. Apretando lo justo
para adormilarla y masticarla después si lo desease.
Fui con el dentista de Octavio Paz (y de otros
muchos poetas pelones y ruidosos que mascan
clavo y liendres)… ¡Sácame entonces todas las muelas!
—le pedí— pero sólo me drenó la pus de una canal.

Renqueante

La pus
Que es luz
De ayer

Podrida
Rellena
Socavones

En mi cuerpo
Camino
A tu costado

Mientras
Me brota
La gangrena

De los pies
A teñir
El camino

viernes, 12 de abril de 2013

Poetas Bailando (Paz y Cortázar)


Pinta


En el zoológico (por primera vez sin nuestros padres)
aturdidos por aquellas primeras risas y roces
entre púberes tímidos. Los animales eran la vía
para turbar los cuerpos  y esbozar el deseo
incipiente. Una parvada de palomas cobró vuelo
abruptamente ante el relámpago de un tigre.
Una muy joven no percibió la vitrina y se estrelló
a unos centímetros de nuestras caras.
La forma de su cuerpo (el fractaleo perfecto
de sus plumas) quedó estampada
en polvo sobre el vidrio…
Su cabeza ladeada con drama. El pico
semiabierto. Su envergadura contorsionada.
Detenida a mitad por el aire que se le solidificó:
asesinada por el aire (pensamos sin decirlo).
¿Cuánto duró nuestro silencio?
¿Qué premoniciones nos congelaron
durante cien latidos? La belleza
de la filigrana de polvo sobre el vidrio
representaba milimétricamente a la paloma intacta y
contrastaba brutal con el amasijo destrozado sobre el piso.
Como si la paloma se hubiese tran-
substanciado al cristal por el impacto
y su carne ya fuese otra.
La hermosura de nuestros cuerpos jóvenes y ansiosos
contrastaba igual con el amasijo torturado
de nuestros confusos deseos adolescentes.
Nuestra carne era ya otra entre las nubes que oscurecían.