martes, 13 de mayo de 2008

Útiles de Escritorio

Los objetos en este poema están más cerca de lo que parece.
Este lápiz mina el papel de tu vigilia con palabras,
que son objetos romos y pesados
pero atraviesan vitrinas sin quebrarlas;
guijarros trabajados por la incesante riada de la lengua.
Su forma curva no revela perfección sino debilidades y vetas;
una combinación de dureza y fragilidad que elude el estallido.
El vocablo resiste mientras habla o calla solo,
pero cede, pierde espesor, partículas, se aprieta o expande
limándose en los paladares y en las cavernas del sentido.

Tomo del fondo un lápiz y rozo con su filo tus nervios ópticos.
Su leve fricción no alcanza a vulnerar el silencio.
El silbido del camotero entra aquí como un punzón agudo
y es luego un chorro sobre el que dejaré flotar el lápiz,
dando vueltas apenas como en perfecta ingravidez
(recuerda la pelota de playa sobre el torrente de aire
de la aspiradora, la estación espacial y su giroscopio).
El lápiz está ahí; un objeto inercial que gira y rota
forjando un círculo en el aire con su mina,
carril de tenue, desmoronado grafito
que revela vuelta a vuelta mi titubeo,
mi nerviosismo ante la luz del día que desfallece;
eslam de pedruscos en anillo como los de Saturno.

Hay un cuadro de un niño que sonríe a medio metro.
La sonrisa es un objeto bidimensional, punzante.
Y puede pesar y caer como un cable alta tensión
que recién se revienta, e instaurar un pandemonio
de chispa, crujido, chamusquería y miedo.
Puede también alzarse como una cuerda
oscilante de once dimensiones sometida a la lluvia
imprecisa de los sentimientos, perder su nitidez,
hundirse en ti.

Dejé abierta la navaja suiza después de afilar el lápiz.
Puedo cortar el silbido con ella. El silbido no cesa solo.
¿Qué cortaría sino la ilusión? Inventaría un nuevo silencio
apenas roto por el choque del lápiz contra el piso.
La sonrisa del niño es ahora grave y se apodera
de mi corazón. Los objetos en este poema
están ya tan cerca que se te parecen.
Son graves romos y pesados que he logrado
cribar por tus densas y humorales vitrinas.

Te dejo una navaja suiza abierta en la mano,
un lápiz que se revuelve suspendido
sobre un estridente y afilado flujo
hasta que tú lo pares.

Eso

la lagartija
súbita
en el rabillo del ojo

el fosfolito
que huye
dejando su duda
de listón
como una cauda
de sal disuelta
en el licor del alma

la palabra insinuada
informulada
que se escapa llevándose
el poema

el breve traspié
de la atención
que nos desvía
con su nimia fractura
del camino
del tren de formas
fractales
que llevaba
a tu lecho

el paréntesis fugaz
que nos azora
el brote de un botón
escondido
de pausa

esa otra atmósfera
aquí junto
tras las hebras suturas
del paisaje
donde la lagartija
o el fosfolito
escapan