*
Cuando sueño que vuelvo a la infancia sueño con agua verde, densa, detenida; agua de tez brillante, lenta, envolvente como el azogue. Mi piel si acaso la roza con dedos de mano o pie y su pátina responde con ondulaciones. Apenas hay sensaciones táctiles; todo es visual, titilante y pleno como el material de la flama.
*
El agua no se acomoda a su cuerpo. Aún si quieta se mueve microscópicamente tratando de descansar –uniformemente—sobre todas sus moléculas. Aún el mar es estrecho para la ambición de planicie del agua. Empuja, embate siempre ante la estrechez de los cantos. Toda orilla es prisión.
*
Yo vivía cercado por pantanos. En toda dirección que un niño errara, un brillo verde, oscuro, amenazante en su silvestre ubicuidad, aparecía de pronto entre los tallos. Inmóvil tensión a veces rota por un insecto o una rama quebrada. Tersura preñada y viva de las aguas dormidas que me obligaba a detenerme, a mirar fijamente las mínimas ondas sobre la superficie, sus oscurecimientos graduales, e imaginar lo insondable...
*
El agua fluye aunque esté quieta. Tiene ansia de huecos y los hace y luego los llena y al hacerlo los hace y nunca acaba. Se rebela ante la quietud que le imponen los vasos y el vacío.
*
Yo siempre debía dar marcha atrás... ese caprichoso encharcamiento era el inicio –que podía estar en cualquier sitio– del pantano y el fin de nuestro dominio. El agua en su ubicuidad y sus mutaciones marcaba nuestros umbrales, estremecía nuestra imaginación.
*
El agua se aferra a los bordes, se cuelga de ellos. Aún dormitando no deja de adherirse a los lindes como para no olvidarlos. Las curvas, los meniscos que engendra son el despeñadero de la luz.
*
Cuando la infancia vuelve por los poros del sueño el agua verde se ha adueñado de todo. Su cuerpo de musgo y de iguana y de humo se ha desbordado sigiloso, ha seguido creciendo --como si la lluvia no cesase ya nunca allá en la sierra-- y silencioso y ávido durante las noches ha ido colmando con su derrame suave todas las ranuras y los intersticios, engullendo los prados y senderos.
*
Aún cuando se congela el agua deja orificios entre sus tendones para que fluya el aire y su rumor le recuerde la holgura de la danza, de la distensión.
*
A veces me engulle a mí. Estoy sumergido en ella y floto como en un amnios tibio, miasmático, inquietante. Estoy embalsado, embalsamado y no me atrevo a abrir los ojos.
*
La gente las construía con esfuerzo. Las usaba un verano, dos. Mudaba la moda. Las abandonaban. La selva y el pantano las reclamaban. Se iban cubriendo de algas. De ramajes y frutillas. Se pudrían. Engendraban renacuajos de rana y sapo, e insectos inverosímiles de largas y elegantes patas que casi volaban sobre su superficie trazando con su estela una caligrafía de brillo y sombra que alguien tendría que descifrar.
*
Ciénaga. Tremedal por sus trémulos tentaleos. Buedo. Budial anegado con aguas que brotan perennemente por toda su extensión como sucede en la marisma de Tartosa donde los llaman Ullals como si dijeran ojazos. Tierra que con la demasiada agua y humedad. Frontera fantasma de la luz. Las bocas del cielo por donde sobresale el agua.*
*
Quedaba la inminencia de las superficies, de la transparencia que se les adhiere como limitando el peso de la atmósfera, como indicando una frontera para la luz hecha de frondas inefables.
*
Superficies que son solo eso: superficie. Antes y después que nada, eso: superficie. Tez. Dos dimensiones preñadas, tensas, que quieren brotar, bullir.
*
Quedaban los tránsitos, las pátinas perplejas y tensas cercanas a las transiciones de estado.
*
Superficies donde la luz es parte de la trama. No está atrapada. En todo caso alada, halada.
*
No son un medio para ver a su través ni para contener algo. Ni siquiera detienen la mirada. No reflejan. No reflexionan.
*
Muy lejos del espejo o del estanque que lo imita. Ni hondonada donde se quedan varados pedazos de meteoros: ni cielo, ni luna, ni auroras boreales.
*
Ninguna función intermediaria. Ni cedazo ni cuña. Superficie que te enfrenta sólo en cuanto superficie. Cara del agua que ya no es agua.
*
Hablo de lo que desvela la calidad detenida, atenta, de la observación minuciosa de las superficies; lo que está ahí pero nadie atiende. Lo que se graba en el subconsciente: los brillos, los resplandores, la sensualidad de las pátinas. De los espejos de agua que hay en todo lo quieto.
*
La atención adivina lo que la confusión de brillos refracta. Hay un mundo que se ha pasado por el cedazo y no encuentra ya sus hormas, su organización. Un mundo difuminado cuyas partículas palpitan buscando su reacomodo. El que le damos cuando lo miramos.
*
Hablo de aquello que le hacen los sueños al recuerdo. Esa desnaturalización, purificación, destilamiento, que los deja flotando inaccesibles, desvaneciéndose a pesar del gran deseo de contenerlos. Como sombras de aves a lo lejos en el ocaso oscuro. Como mementos de cal sobre una muralla blanca.
*
Sí: el sueño a veces hace lo que estas imágenes hacen. Mejor decirlo así, que caer en la torpeza de decir que estas imágenes tratan de hacer lo que hacen los sueños o la memoria.
*
Cuando sueño que vuelvo a la infancia sueño con agua verde, densa, detenida; agua de tez brillante, lenta, envolvente como el azogue.
* inserciones tomadas del Diccionario de Voces Españolas Geográficas.
Cuando sueño que vuelvo a la infancia sueño con agua verde, densa, detenida; agua de tez brillante, lenta, envolvente como el azogue. Mi piel si acaso la roza con dedos de mano o pie y su pátina responde con ondulaciones. Apenas hay sensaciones táctiles; todo es visual, titilante y pleno como el material de la flama.
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El agua no se acomoda a su cuerpo. Aún si quieta se mueve microscópicamente tratando de descansar –uniformemente—sobre todas sus moléculas. Aún el mar es estrecho para la ambición de planicie del agua. Empuja, embate siempre ante la estrechez de los cantos. Toda orilla es prisión.
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Yo vivía cercado por pantanos. En toda dirección que un niño errara, un brillo verde, oscuro, amenazante en su silvestre ubicuidad, aparecía de pronto entre los tallos. Inmóvil tensión a veces rota por un insecto o una rama quebrada. Tersura preñada y viva de las aguas dormidas que me obligaba a detenerme, a mirar fijamente las mínimas ondas sobre la superficie, sus oscurecimientos graduales, e imaginar lo insondable...
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El agua fluye aunque esté quieta. Tiene ansia de huecos y los hace y luego los llena y al hacerlo los hace y nunca acaba. Se rebela ante la quietud que le imponen los vasos y el vacío.
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Yo siempre debía dar marcha atrás... ese caprichoso encharcamiento era el inicio –que podía estar en cualquier sitio– del pantano y el fin de nuestro dominio. El agua en su ubicuidad y sus mutaciones marcaba nuestros umbrales, estremecía nuestra imaginación.
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El agua se aferra a los bordes, se cuelga de ellos. Aún dormitando no deja de adherirse a los lindes como para no olvidarlos. Las curvas, los meniscos que engendra son el despeñadero de la luz.
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Cuando la infancia vuelve por los poros del sueño el agua verde se ha adueñado de todo. Su cuerpo de musgo y de iguana y de humo se ha desbordado sigiloso, ha seguido creciendo --como si la lluvia no cesase ya nunca allá en la sierra-- y silencioso y ávido durante las noches ha ido colmando con su derrame suave todas las ranuras y los intersticios, engullendo los prados y senderos.
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Aún cuando se congela el agua deja orificios entre sus tendones para que fluya el aire y su rumor le recuerde la holgura de la danza, de la distensión.
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A veces me engulle a mí. Estoy sumergido en ella y floto como en un amnios tibio, miasmático, inquietante. Estoy embalsado, embalsamado y no me atrevo a abrir los ojos.
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La gente las construía con esfuerzo. Las usaba un verano, dos. Mudaba la moda. Las abandonaban. La selva y el pantano las reclamaban. Se iban cubriendo de algas. De ramajes y frutillas. Se pudrían. Engendraban renacuajos de rana y sapo, e insectos inverosímiles de largas y elegantes patas que casi volaban sobre su superficie trazando con su estela una caligrafía de brillo y sombra que alguien tendría que descifrar.
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Ciénaga. Tremedal por sus trémulos tentaleos. Buedo. Budial anegado con aguas que brotan perennemente por toda su extensión como sucede en la marisma de Tartosa donde los llaman Ullals como si dijeran ojazos. Tierra que con la demasiada agua y humedad. Frontera fantasma de la luz. Las bocas del cielo por donde sobresale el agua.*
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Quedaba la inminencia de las superficies, de la transparencia que se les adhiere como limitando el peso de la atmósfera, como indicando una frontera para la luz hecha de frondas inefables.
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Superficies que son solo eso: superficie. Antes y después que nada, eso: superficie. Tez. Dos dimensiones preñadas, tensas, que quieren brotar, bullir.
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Quedaban los tránsitos, las pátinas perplejas y tensas cercanas a las transiciones de estado.
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Superficies donde la luz es parte de la trama. No está atrapada. En todo caso alada, halada.
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No son un medio para ver a su través ni para contener algo. Ni siquiera detienen la mirada. No reflejan. No reflexionan.
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Muy lejos del espejo o del estanque que lo imita. Ni hondonada donde se quedan varados pedazos de meteoros: ni cielo, ni luna, ni auroras boreales.
*
Ninguna función intermediaria. Ni cedazo ni cuña. Superficie que te enfrenta sólo en cuanto superficie. Cara del agua que ya no es agua.
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Hablo de lo que desvela la calidad detenida, atenta, de la observación minuciosa de las superficies; lo que está ahí pero nadie atiende. Lo que se graba en el subconsciente: los brillos, los resplandores, la sensualidad de las pátinas. De los espejos de agua que hay en todo lo quieto.
*
La atención adivina lo que la confusión de brillos refracta. Hay un mundo que se ha pasado por el cedazo y no encuentra ya sus hormas, su organización. Un mundo difuminado cuyas partículas palpitan buscando su reacomodo. El que le damos cuando lo miramos.
*
Hablo de aquello que le hacen los sueños al recuerdo. Esa desnaturalización, purificación, destilamiento, que los deja flotando inaccesibles, desvaneciéndose a pesar del gran deseo de contenerlos. Como sombras de aves a lo lejos en el ocaso oscuro. Como mementos de cal sobre una muralla blanca.
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Sí: el sueño a veces hace lo que estas imágenes hacen. Mejor decirlo así, que caer en la torpeza de decir que estas imágenes tratan de hacer lo que hacen los sueños o la memoria.
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Cuando sueño que vuelvo a la infancia sueño con agua verde, densa, detenida; agua de tez brillante, lenta, envolvente como el azogue.
* inserciones tomadas del Diccionario de Voces Españolas Geográficas.
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