Sale a comprar el cielo una mañana.
Le devuelven tres céntimos apenas.
Bien doblado lo trae entre las cartas
que olvidó remitir y las naranjas.
El cielo que encontró tenía nubes,
Y hubo que desmigar pues los relámpagos
le dan un mal sabor a la comida
y hacen pelear hermanos contra hermanos.
Pone un fleco de cielo en cada viejo
candelabro o espejo. Esfuma el resto
en los umbrales y los pasadizos.
Pasa luego la noche muy atento
al ronquido de un mar entre la duela
sin saber si al final viene el silencio.