martes, 29 de diciembre de 2009

De nuevo Ícaro

En un libro de poemas mediocres, somníferos, y bajo los rayos adormilados de un sol de invierno, encuentro uno, un poema, un rayo en el que un avión cae en picada sobre la gran ciudad. Es un instante, un rayo sin relámpago. Son dos o tres gritos espeluznantes y el estruendo, la compresión brutal de la materia, el estallido, el fogonazo, nanosegundos descritos es líneas súbitas. El seguimiento de las fatales cadenas de causas y efectos, la descripción minuciosa de los fierros licuándose y de los óleos inflamándose y de los cristales evaporándose. Todo impactándose, fundiéndose contra concreto. Viene luego una pausa astuta para saltar de la naturaleza al drama, sesgando el ojo hacia lo aleve e insignificante en términos químicos mas pavoroso para la conciencia primate. Esos kilos de carne grasienta y gramos de sesos con sus jugos y telillas y sus gotitas de vida y dolor, de ternura y horror, desintegrándose en un chispazo, en un rayo, en unas líneas sagaces y súbitas de un poema menor, disolviéndose por siempre en la nada dureza ya sin madre, sin sinapsis, en un nanosegundo de cruel imperio de las leyes naturales sobre el sueño desquiciado de volar.

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